Ha sido un sueño de muchas generaciones en la historia de la humanidad. ¿Cuántas veces hemos oído decir: «¡Cómo me gustaría vivir unos años más!»? Pues bien, los progresos en la medicina, el desarrollo social con más oportunidades de bienestar y la conciencia de las personas sobre la importancia de vivir saludablemente han hecho realidad este anhelo.

Esta nueva realidad es fácil de comprender si se mira hacia el interior de la familia; aunque la edad en que se tienen hijos se ha incrementado, el contacto entre generaciones se prolongará en el tiempo. Así, los abuelos y las abuelas con sus hijos e hijas y con los nietos y nietas, y estos con sus padres y madres, tienen la oportunidad de tejer una red de relaciones cada vez más sólida y profunda. Pero ¿cómo serán las relaciones intergeneracionales fuera de la familia? Este es el reto al que nos enfrentamos en este punto de convergencia de las dinámicas sociales viejas y las nuevas.

Otro elemento clave de las relaciones sociales es el soporte que estas proporcionan a la hora de satisfacer diferentes necesidades como son la compañía, el cuidado, la ayuda económica, el intercambio de conocimientos, etc. Algunos autores han construido el concepto de «malla de seguridad» para referirse a los recursos que las relaciones de apoyo aportan a las personas. Estos recursos son muy importantes, especialmente si tenemos en cuenta que en ocasiones son recursos inaccesibles por otros métodos, ya que el Estado, las empresas o las organizaciones del tercer sector no los facilitan. Así, la ayuda mutua entre las personas genera protección social, y, por lo tanto, las relaciones sociales son fundamentales para el bienestar de las personas.

El paradigma del envejecimiento activo propuesto por la Organización Mundial de la Salud nos servirá para visualizar la importancia de las relaciones en el envejecimiento situadas en el contexto de la participación, la seguridad y la salud.

Tal como apunta el sociólogo francés Caradec, las personas mayores a menudo sienten que el mundo les resulta extraño. Perciben que la sociedad ha cambiado. Y se les hace difícil comprender la nueva sociedad, que, a su vez, frecuentemente no entiende a las personas mayores. Así, pueden sentir que no pertenecen a la sociedad. Este sentimiento aumenta si la persona reduce su participación en las actividades sociales y las relaciones sociales. El reto es intentar adaptarse o rendirse a ella. Creemos, pues, que vale la pena potenciar las relaciones sociales al envejecer como puerta que se abre al mundo.