En general, se acepta que la relación de parentesco entre el cuidador y la persona cuidada, es una variable influyente a la hora de matizar el tipo de sentimientos y obligaciones, del cuidador respecto a la persona cuidada, así como en la posible dificultad del cuidado y el nivel de distrés. De hecho la experiencia emocional de distrés, en circunstancias similares de cuidado, suele diferir en función del parentesco con la persona cuidada.
Los sentimientos de compromiso y obligación de los cuidadores tienen, por ejemplo, influencia sobre la duración del cuidado, y en este sentido, esposas e hijas suelen proveer la mayor parte del cuidado de larga duración. Sabido es, que los maridos cuidadores parecen tener menor influencia emocional negativa en el cuidado, que las esposas cuidadoras, supuesta controlada la severidad de la enfermedad (Anthony-Bergstone, Zarit y Gatz; 1988).
Parentesco del cuidador con el enfermo
Se ha observado, que supuesto controlado el factor de lugar o residencia de la persona cuidada, tanto las esposas como las hijas de las personas cuidadas, tienen ambas, parecidos sentimientos de distrés emocional, así como similares compromisos y sentimientos de obligación hacia la persona cuidada (Goodman, Zarit y Steiner, 1994).
Curiosamente se ha comprobado que las relaciones de parentesco no afectan a la posibilidad de ingresar la persona mayor dependiente en una institución o al tiempo que pueden acoger a una persona dependiente en el domicilio (Aneshensel et al, 1995), lo cual es contrario a la expectativa general de que las esposas cuidadoras, pueden seguir en el papel de cuidadoras más tiempo, por ejemplo que las hijas, u otros familiares.
Como antes se ha mencionado, se ha comprobado la importancia de la historia pasada, así como la trascendencia de la calidad de las relaciones antes de empezar la tarea de cuidado. Así que las relaciones previas al cuidado o los cuidadores que opinan que el cuidado de una persona dependiente es una cuestión de reciprocidad (Goodman, Zarit y Steiner, 1994), tienen menor nivel de distrés.
En lo que se refiere a patrones relaciones intergeneracionales y su relación con el cuidado, se ha comprobado que padres e hijos con buenas relaciones anteriores a la situación de dependencia, están más predispuestos a dar o recibir apoyo a la vez que cuando se pregunta a las personas mayores de quién les gustaría recibir apoyo, muy a menudo prefieren a los hijos que a otros miembros de la familia (Hogan, Eggeben y Clogg, 1993).
Asimismo, Eggebeen (1992) en un estudio sobre datos recogidos en USA llegó a la conclusión que la posibilidad de recibir cuidados por parte de los hijos, está relacionado con el estado civil de la persona mayor. Personas mayores divorciadas, están menos predispuestas a recibir apoyo de sus hijos, que las personas mayores viudas. De hecho, está cuestión puede plantear serios problemas en el futuro, ya que las personas mayores casadas pueden recibir cuidados tanto del cónyuge como de sus hijos, al menos desde un plano teórico, mientras que los divorciados carecen de cónyuge que les pueda proveer cuidados y parecen menos predispuestos a recibir cuidados de los hijos, lo que a largo plazo y ante el aumento de divorcios, sitúa a las personas cuyo estado civil es el de divorciados, en una situación desventajosa respecto a viudos o casados, cuando habitualmente necesitarán por su propio estado civil más cantidad de apoyo.
Nivel cultural y socioeconómico
El nivel cultural y el estatus socioeconómico afecta principalmente a cómo los cuidadores llevan delante de diferentes maneras la situación de cuidado. Diferentes grupos étnicos difieren en creencias sobre la importancia del cuidado de las Personas Mayores, así como sobre la discapacidad. Para algunos grupos, el cuidado en el domicilio es una de las prioridades más importantes, mientras que otros grupos consideran más importante el cuidado profesional (Lawton, Rajagopal, Brody y Kleban; 1992).
El estatus socioeconómico o la clase social, tiene probablemente una compleja relación con el proceso de cuidado. Se ha considerado generalmente que un nivel bajo de estatus socioeconómico o clase social, incide en un menor número de recursos disponibles y una mayor carga, así como un menor acceso a información y a recursos públicos.